RELATO ERÓTICO: «CHOCOLATE, PISTACHO Y MANGO» 1ª Parte
“Lo único que tengo claro en esta vida es que la locura es necesaria, completa y totalmente necesaria. Esa locura momentánea que la gente llama espontaneidad. Esa. Esa es imprescindible para que la vida no sea aburrida” Esta fue la frase que utilizó para justificarse ante su subconsciente mientras analizaba, frente al espejo del baño de aquel extraño, segundo a segundo, lo que acababa de vivir.
Miró a su alrededor y dedicó unos segundos a analizar el aseo. Quizás así podría deducir un poco de la personalidad de aquel hombre que le había casi embrujado hacía unas horas. Decoración sobria, sin florituras. Simplemente lo necesario. Eso sí, con un exquisito gusto por lo monocromático.
Volvió a mirar su cara en el espejo. Su aspecto era inmejorable, irónicamente pensando: el pelo completamente despeinado, mejillas sonrojadas, el maquillaje prácticamente en su sitio. Tampoco está tan mal, después de todo, pensó.
Todo había empezado unas horas antes, cuando, al salir de trabajar, hecha un basilisco por la faena que le había hecho su compañera al dejarle el trabajo a medias, decidió dar un paseo sin pensar en nada, para desconectar y no convertirse en una loca peligrosa.
Estaba caminando sin rumbo por las calles menos transitadas de la ciudad cuando, sin apenas darse cuenta, acabó entrando en una heladería artesanal a la que solía ir de pequeña con su padre. Era miércoles, por lo que apenas había dos mesas ocupadas. Se dirigió al mostrador e, intentando sonreír a quienes le miraban, centró toda su atención en decidir el sabor de su helado. Como cuando era una niña, pidió su helado de tres bolas: chocolate, pistacho y mango. Sin más. Sencillo. El chico situado detrás el mostrador servía las bolas mirándole de una manera que ella no entendía. “Igual he sido un poco antipática con él y está odiando su trabajo ahora mismo”, pensó. Cuando el chico extendió su mano con el helado ella decidió sonreírle como si el mundo fuese maravilloso.
– Muchas gracias
– A ti, guapa, y alegra esa cara, que después de ti, lo más dulce del local lo tienes ahora en tus manos.
No pudo evitar sonreír, esta vez de verdad, ante la ocurrencia del chico del delantal marrón. Se sentó en la mesa más discreta de la heladería, sacó su teléfono móvil y pensó en tomarse el helado mientras revisaba el correo del trabajo. No llevaba ni dos minutos mirando correos cuando el chico del delantal marrón se acercó a su mesa y le preguntó si podía sentarse y acompañarla. En ese momento fue cuando, casi por instinto, se fijó en la pequeña plaquita metálica que colgaba de su camiseta: Filippo
– ¿Perdona?- dijo extrañada.
– Me explico: soy bastante bueno “calando” a la gente y creo, por tu comportamiento, que no has tenido un buen día. Lo que necesitas es charlar, no aislarte en redes.
– A ver… ¿Filippo, no? – Esperó a que el chico asintiera. He venido aquí a tomarme un helado, no a hacer amigos. Perdona que sea tan borde, pero no es el mejor momento.
– Lo sé, por eso estoy aquí. Dato curioso: mi nombre significa “el amigo de los caballos” y me he fijado en la funda de tu móvil, en el logo que adorna tu maletín de trabajo, en tu pulsera: adoras los caballos, ¿no te parece, al menos, una preciosa coincidencia?
En ese momento no sabía si el hecho de que se hubiera fijado en tan precisos detalles le daba miedo o le encantaba, pero, instintivamente repasó cada uno de los “lugares” en los que Filippo afirmaba visto caballos y si, era cierto, en cada uno de ellos estaba esa preciosa figura.
– Vale, admito que eres bueno calando a la gente y que tienes un gran poder de observación, pero sigue sin ser un buen momento, gracias. Y sí, estoy siendo borde.
– Me acaban de dar el relevo, así que te propongo una charla de quince minutos, solo quince. Si no he conseguido que olvides lo que sea que te ha arruinado el día me levanto, me quito este delantal y me voy a mi casa a llorar por haber perdido mis facultades.
No pudo evitar reírse antes semejante insistencia, miró de arriba abajo a su supuesto nuevo amigo y, tratando de adivinar sus intenciones (se estaba imaginando al heladero intentado ligar con cada clienta sola que entraba) se dijo “por qué no, total, no tienes nada que hacer…”
– Está bien, quince minutos. Además voy a poner el temporizador del móvil-dijo desafiante- No te doy ni un minuto más.
– Perfecto. Que sepas que me siento en la típica película americana de “chico intenta charlar con chica. Chica se hace la interesante”
Estaba claro que ocurrente sí era, el heladero. Pero tenía razón, la situación era surrealista y ella lo sabía. No obstante, el día había sido tan estresante que su cabeza necesitaba relajarse, reírse y por qué no, jugar al despiste con este simpático heladero que ya había logrado lo más difícil: llamar su atención. Y de la manera más tonta, la verdad.
No le hicieron falta ni cinco minutos para darse cuenta que Filippo era una persona interesante. Charlaron animadamente un buen rato, sin apenas darse cuenta de la gente que entraba y salía del establecimiento. Cuando se quiso dar cuenta el helado se había derretido y no quedaba más que una mezcla de distintos zumos, con bastante mal aspecto, por cierto. Ni siquiera había probado los tres sabores. Miró la tarrina con pena, pero sin dejar de pensar en lo que su nuevo amigo le estaba contando. Perdió la noción del tiempo, pero el temporizador de su móvil, ese que había puesto para dar carpetazo a Filippo, la devolvió a la realidad. Con un acto más involuntario que pensado, apagó la alarma rápidamente.
Filippo sonrió y, levantándose de la mesa le dijo:
– Mi tiempo terminó, voy a quitarme el uniforme y me voy a casa. Si te apetece seguir charlando estarás aquí sentada cuando salga del vestuario. Si no, te veré otro día, cuando te apetezca helado de chocolate, pistacho y mango.
No supo qué decir, simplemente sonrió mientras Filippo se metía en la trastienda, sin volverse a mirarle. “¿qué hago?-pensó- me apetece seguir hablando con el, pero no sé si es buena idea. Ni siquiera había decidido qué hacer cuando Filippo salió de la trastienda.
No podía dejar de mirarle. Vaya cambio, “vestido de persona”. Era atractivo. Algo más alto que ella, ahora que se estaba fijando. Se veía fuerte, musculado, pero no en exceso. La camiseta blanca que llevaba puesta dejaba adivinar unos bonitos pectorales. Llevaba un vaquero negro, ajustado que marcaba unas piernas fibradas, seguramente practicaba ciclismo o algo así. Pese a ir bastante casual, desprendía un atisbo de elegancia que no sabría describir.
Se acercó a ella con una tarrina de helado en la mano, y, sin dejar de sonreír, mirándole fijamente a los ojos le dijo:
– A este invito yo, que por mi culpa no te has terminado el de antes, pero nos lo tomamos de camino a mi casa…
– Gracias por la invitación, pero creo que es hora de que vuelva a mi casa, no está demasiado cerca y no quiero acostarme tarde. Mañana trabajo.
– Nadie ha dicho que vayas a acostarte tarde. Vivo aquí al lado y después yo te llamo un taxi, lo prometo.
Aunque no estaba convencida, la mirada de ese heladero la tenía embrujada, como si nada ni nadie le importara en ese instante. Lo único que quería era seguir descubriendo al “amigo de los caballos”.
Tres minutos tardaron en llegar al portal de casa de Filippo…
5 Comentarios
Menos mal que es amateur!!! Esto promete!
Gracias JJ MILLON, espero no defraudarte.
Necesito saber cómo sigue. Me da la sensación de que Filipo debe de ser un portento en la cama
Tengo la sensación de que lo vas a leer muy pronto 😉
¿Ya?, ¿ahí lo dejas?…Empieza tranquilo…casi aburrido…y después ¿me dejas con esta espectación? Necesito saber cómo sigue la historia…